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martes, 24 de julio de 2012
La escisión de la Asociación Psicoanalítica Argentina de 1972 "La enfermedad es el capitalismo" (Revista primera Plana, mayo de 1972)
La escisión de la Asociación Psicoanalítica Argentina de 1972
"La enfermedad es el capitalismo"
(Revista primera Plana, mayo de 1972)
Cuestionar parece haber sido la consigna de ruptura con la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). No sólo la estructura desigual de la institución fue puesta en tela de juicio. O, por lo menos, lo fue en tanto expresaba una sociedad simétricamente desigual. De este modo, acuciados por la experiencia popular del Cordobazo, surgieron algunos grupos disidentes de trabajadores de la salud mental: Plataforma, Documento. Paralelamente, también la Federación Argentina de Psiquiatras (FAP), una entidad gremial, radicalizaba sus posiciones. La práctica psicoterapéutica pretendía superar la escotomización. Para lograrlo, el psicoanálisis debe ser repensado y, sobre todo, practicado en términos de una sociedad capitalista, cuya racionalidad responde a los movimientos de los centros de poder.
PRIMERA PLANA entrevistó a tres especialistas en el tema (Enrique Pichón Rivière, Emilio Rodrigué y Armando Bauleo), en base a diez preguntas. Solo Documento, que prefirió dar una respuesta de conjunto, con el consiguiente insumo de tiempo, quedó fuera de pautas. El doctor Antonio Caparrós caracteriza las notas necesarias de una psicología nacional y popular.
Este es el cuestionario:
1 — El elitismo y verticalismo de las instituciones psicoanalíticas tradicionales es producto de la ideología liberal. Habiendo adoptado valores distintos, ¿de qué modo se organizan, ustedes?
2—La teoría y técnica que ahora practican, ¿en qué difiere de la que hacían siendo miembros de la APA?
3—¿Qué idea tiene de la lucha en el campo de la cultura? ¿Cómo se vincula a la lucha social?
4 — ¿Como caracterizaría esa lucha a nivel de su campo específico?
5—¿Cómo se puede visualizar la relación entre los diferentes grupos que trabajan en el campo de la salud mental y cuáles son sus diferencias?
6—¿Cuál es la relación entre el momento social y económico argentino y el desarrollo de su ciencia?
7—¿Cómo se incorporan las crisis sociales a la situación analítica?
8—¿Cómo estructuran ustedes la relación terapeuta-paciente?
9—¿Cuál es su criterio de salud y enfermedad?
10—¿De qué manera colabora el psicoanálisis para llegar al socialismo?
ENRIQUE PICHON RIVIERE
64 años, 3 hijos, médico psiquiatra, nacido en Ginebra el 25 de junio de 1907. Criado en el Chaco y en Corrientes (Goya). Miembro fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina, el desarrollo de su pensamiento lo condujo a cuestionamientos en el nivel teórico y en el nivel Ideológico del psicoanálisis ortodoxo y de la institución psicoanalítica; esto determinó su alejamiento de la misma, aunque no su renuncia. Desde hace anos vuelca todo su esfuerzo en el campo de la psicología social, lo que se vehiculiza a través de la Escuela de Psicología Social de Buenos Aires, y la de San Miguel de Tucumán, de las cuales es director.
La lucha que se da en el campo de la cultura, lucha ideológica, se inscribe entre las manifestaciones de la lucha de clases en la medida en que surge un pensamiento dialéctico revolucionario que se replantee los modelos del pensamiento. Estos modelos han sido hasta ahora dominados por una lógica formal y disociante. Esas formas nuevas del conocimiento tienden a totalizar aquello cuyas interrelaciones han sido sistemáticamente escamoteadas y oscurecidas por la ideología dominante: el pensamiento, el sentimiento y la acción.
En cuanto a mi campo específico, advierto la presencia de esa lucha a través de una incipiente revolución teórica, revolución caracterizada por los modos de aproximación a la problemática de la relación entre estructura socioeconómica y vida psíquica, indagación de la operación de las ideologías en el inconsciente, procesos de socialización. Hablo de revolución incipiente porque se trata, hasta ahora, del intento de ubicar el problema en sus premisas adecuadas: la psicología social es una disciplina en proceso de construcción. La carencia más lacerante en el campo del quehacer psicológico, o la máxima expresión de la incidencia de la ideología dominante, se advierte en el nivel de los criterios de salud y enfermedad. En cuanto a la práctica terapéutica, ¿cómo puede ser revolucionaria? Para responder a esto apelo a la que caracterizamos como "tarea", entendida esta como el abordaje y elaboración de los miedos que configuran la resistencia al cambio, rompiéndose así una pauta estereotipada y disociativa que funciona como factor de estancamiento en el aprendizaje de la realidad o punto disposicional de la enfermedad. En la tarea correctora, el sujeto realiza un salto cualitativo, se personifica y establece un vinculo operativo con el otro. Si el terapeuta confunde pretarea con tarea entra en el juego dé la enfermedad y la actúa. El terapeuta entra en pretarea, cae en una impostura de la Tarea, por resistencias propias al "ser consciente" al proyecto, lo que son resistencias ideológicas a la praxis. Insertarse como agente en un proceso corrector significa trabajar con un paciente y su grupo inmediato, para instrumentarlo a través de esa tarea común hacia el logro de una lectura crítica y operativa de la realidad. "La cura" se trata no de la adaptación pasiva, aceptación indiscriminada de normas y valores, sino del rescate en otro nivel, de la denuncia y la crítica implícitas en la conducta desviada (enfermedad) para establecer, a partir de allí, una relación dialéctica, mutuamente modificadora con el medio. Este es el criterio de salud con el que operamos.
En cuanto a cómo se incorporan las crisis sociales a la situación analítica yo respondería con otra pregunta: ¿cómo pueden no incorporarse a esa situación? Están presentes, lo sepan o no, terapeuta y paciente. La última pregunta se refiere a de qué manera el psicoanálisis colabora para el advenimiento del socialismo. Ante esto yo quisiera señalar un malentendido que amenaza tener peligrosas consecuencias: si bien todo hecho humano es un hecho político, la revolución social no pasa por la psicología.
EMILIO RODRIGUE
Psicoanalista, ex APA, casi ex presidente de la Federación Argentina de Psiquiatras regional, miembro de PLATAFORMA, novelista, actor "de tercera clase".
Considero que primero debemos sacarnos el peso de encima. Aun cuando uno esté en la cúspide de la pirámide, el artefacto pesa. Y sigue pesando cuando uno sale y, aparentemente liberado, tiende a repetir el proceso. Me apenaría mucho que algo de eso comenzara a ocurrir en los grupos nuevos.
En mi caso personal, el replanteo teórico y técnico se inició antes de mi ruptura con la APA. Una vez realizada la ruptura, no puedo señalar un campo revolucionario en la aplicación técnica de la teoría. Eso lo constato —incontrovertiblemente— con mis pacientes. Que sienten que yo estoy cambiado, pero no tanto.
He notado de un tiempo a esta parte lo cismático, la lucha tendencial donde cada uno ve más claro su parte, y más oscura la parte del otro. A veces, la izquierda, poéticamente hablando, es una mi... Habría que revisar si esa crisis misma no es un síntoma prerrevolucionario...
Ojalá por medio de entrevistas psicoanalíticas, nosotros pudiéramos aliviar los estragos que produce la represión. A nivel técnico sería emplear e inventar recursos para neutralizar día a día al sistema. A nivel teórico producir conocimientos en torno a temas como el miedo, la represión, el odio. Y además de todo esto, hacer de la propia vida cotidiana un campo específico en revisión constante.
En el ámbito que conozco —el de los trabajadores de la salud mental—, por encima de las peleas actuales espero y creo que los diferentes grupos (entre los que Plataforma y Documento son los más conspicuos) se encaminen a la acción, ya que las similitudes son más importantes que las diferencias. La sangre ya llegó al río, pero no se registraron muertos. Y por suerte, es más fácil conversar con los heridos.
¿En cuánto al momento social y económico argentino? En este momento la lucha es si dentro del peronismo o dentro de los movimientos marxistas. Uno implica el riesgo del populismo, el otro el riesgo del sectarismo. Sectarismo y populismo están convirtiendo al campo de la cultura en una bolsa de gatos.
El problema urgente del psicoanálisis para los grupos nuevos es el estudio de las ideologías en pos de alcanzar una teoría de la ideología. Mientras no la tengamos, se corre un doble riesgo: o se niega lo social como ocurre ahora en la APA, o se lo sobreinterpreta como una ideología más sin tener en cuenta las mediatizaciones (con el perdón de la palabra).
Yo creo que está por hacerse una lectura crítica de la antipsiquiatría. Pasando por allí —incluyendo las críticas al movimiento antipsiquiátrico— se puede llegar a tener una noción más aproximada del loco. La noción de salud y enfermedad es interdisciplinaria, e incluye, por supuesto, la práctica política.
Cómo última cuestión, yo me pregunto: ¿De qué manera contribuye el socialismo para llegar a un verdadero psicoanálisis?
ARMANDO BAULEO
Psicoanalista, miembro de PLATAFORMA. Docente, trabaja en el campo de la psiquiatría social, organiza grupos. Está terminando un libro acerca del tema.
En varias oportunidades hemos denunciado en discusiones públicas y por medio de artículos y trabajos el elitismo y verticalismo de las instituciones psicoanalíticas tradicionales. Estas siempre han respondido más al tipo de normatividad de la sociedad capitalista que al contenido de su función. Allí se daban los juegos de jerarquías, status, rivalidad, vigentes en toda sociedad capitalista. La imagen es: la forma .devoró al contenido. Una organización de otro tipo deberá partir de una caracterización de la sociedad, en la cual se va a insertar el contenido del pensamiento psicoanalítico, para poder establecer líneas estratégicas y tácticas. Estas se vinculan, por un lado, con el momento político de esa sociedad; por el otro con el cometido de desarrollar lo específico que hace a su tarea.
Con esto se quiere expresar que en una sociedad con lucha de clases, las organizaciones a nivel de la cultura —por más específico que sea su campo—, al tener en cuenta ese tipo de lucha, se hundirán en las ambigüedades de la sociedad de consumo. Frente a la pregunta número 2, creo que hay ocultamiento o mala fe al creer que hay un antes y un después de una fecha. De creer, por ejemplo, que a partir del día en que renunciamos a la APA, ya teníamos teoría y técnicas diferentes, sin ver que esas diferencias ya habían comenzado al estar nosotros en la .APA: ellas posibilitaron la ruptura. Reformular ambas cosas constituye nuestra actual tarea.
No se puede caracterizar una lucha en la cultura sin vincularla con la lucha de clases. Es justamente la lucha de clases la que determina la caracterización y la posibilidad de una estrategia y una táctica en el campo de la cultura. En nuestro país, la lucha se vuelca alrededor del logro de la descolonización, de la ruptura con la importación de modos de vida y de la posibilidad de adquirir una conciencia crítica, como forma clara de saber a favor de qué clase se está en el proceso de liberación.
En todos los campos la lucha se desarrolla en un juego permanente de explicitación teórica y de acción práctica. Pero, sin una clara ideología clasista, aquel desenvolvimiento se puede transformar en profesionalismos, desarrollismos, teoricismos o practicismos. Los nuevos grupos deben caracterizarse por sus planteos programáticos, para no caer en oportunismos ocasionales. El grupo Plataforma tiene su planteo programático, una organización y acciones concretas a llevar a cabo. Dentro del gremio de los trabajadores de la salud mental como fuera de él. Nuestro momento social y económico da para dos tipos de situaciones: la ambigüedad que otorga a la difusión y desenvolvimiento en la mera profesión las características o los atributos que corresponden a un movimiento de liberación, y la posibilidad actual de injertarse en una conciencia clasista hasta donde fueran útiles los instrumentos de la especificidad en el movimiento de liberación. Que el movimiento de liberación determine al intelectual su tipo de inserción. Con respecto a la relación terapeuta-paciente, aparece, claro, la crisis social. Llevando este problema al interior de la práctica analítica: éste aparece manifiesto cuando un paciente no puede tratarse por carencia de recursos económicos. Pero también aparece de una manera latente la reproducción en el modo de relación interpersonal, la inscripción de lo social. La crisis social aparece representada en diferentes manifestaciones, síntomas y contenidos de los sueños. Estamos abocados a la revisión de las diferentes técnicas, todo lo que hace a la relación terapeuta-paciente está siendo revisado. Los criterios de salud y enfermedad que parecían tan claros y naturales, son una ilusión óptica derivada de la ideología de la clase dominante. Fanón lo demostró a nivel de las enfermedades mentales, delirios y alucinaciones, pero los últimos estudios en la misma clínica demuestran la estrecha relación existente entre la explotación dada en el plano económico y material a nivel social y la vinculación, a veces tortuosa, con la enfermedad somática individual. De aquí que los criterios de salud y enfermedad, tan distantes que parecían del problema político, emergen sobredeterminados por él. Es necesaria mucha pedantería para contestar la última pregunta acabadamente. Nuestras aspiraciones, utopías, fantasías nos dicen muchas cosas, pero sólo podremos responder desde el campo de la realidad: estamos comenzando a ejercitar formas de colaboración hacia el socialismo.
SILVIA RODRÍGUEZ EDMUNDO RESSEL
HACIA UNA PSICOLOGÍA NACIONAL Y POPULAR
Antonio Caparrós
Un sistema neocolonial-imperialista, tal cual padece nuestro país, se apropia de una parte importante de la riqueza producida por nuestros trabajadores gracias a ser los dueños de los medios de producción y del aparato del poder político. Naturalmente que para ello necesitan violentar, reprimir a cuantos intervienen en el proceso productivo, para obligarlos a dicha explotación.
La represión puede ser física. Pero es un recurso extremo. Existen otras innumerables formas de violentación encubierta, en mayor o menor medida, destinadas a que los explotados acepten esa situación.
Una forma esencial consiste en enturbiar la realidad y, como consecuencia, hacer que la misma se visualice con sentido diferente al que realmente tiene. Un aspecto clave es conseguir que —si el trabajo realizado supone una carga y una carencia de gratificación por sí mismo— otras motivaciones sean las que induzcan a trabajar. De esta manera, con finalidades diferentes, los explotadores consiguen que los explotados realicen las metas por ellos buscadas.
El trabajo —la actividad fundamental del hombre, con la cual va creando su mundo social— no representa una gratificación para el que lo realiza por el hecho mismo de realizarlo, sino la manera de obtener los medios para satisfacer sus necesidades y deseos fuera de la actividad productiva; de esta manera, se generan dos campos en la vida del hombre: uno, el de la producción, donde realiza su trabajo, y otro, el extraproductivo, llamado también privado, en donde en principio puede obtener gratificaciones mediante lo que ha obtenido con el trabajo. De esta manera, generando necesidades y deseos en el campo extralaboral, se lo obliga a incluirse en el campo laboral para encontrar los medios que permitan satisfacerlas. Esas necesidades y deseos varían notablemente según las capas que consideremos, así como de acuerdo al momento histórico y la específica estructura de un sistema social determinado. No pueden ser iguales para los Estados Unidos que para la Argentina actual.
Pero en el campo extralaboral se cumplen también otras funciones necesarias para el sistema social. Fundamentalmente, y durante un lapso importante, como ser los primeros años de la vida, se prepara a los hombres para que funcionen según las pautas, normas, valores, actitudes, que el sistema necesita que tengan cuando pasen a actuar vidas autónomas. Ello implica una comprensión de la realidad que se realiza según los parámetros que las clases dominantes imponen.
No se trata, pues, de que la dinámica socio-económica se identifique con las motivaciones particulares, de cada hombre. Lo que ocurre es que en cada hombre se han ido inculcando valores, sentimientos, deseos, comprensión del mundo, los que no sólo le permitirán incluirse después en las modalidades socio-económico-políticas existentes, sino que en ellas es donde se encuentra preparado para funcionar.
La necesidad de que los hombres actúen, piensen y sientan de determinada manera en un país concreto y en un momento dado de su historia, se va transmitiendo desde las estructuras globales de la sociedad a aquellas otras intermedias, cuyo ejemplo más claro es la familia. De manera tal que éstas sean microclimas donde los roles que se jueguen sean el aprendizaje de aquellos otros que luego se han de actuar en la vida adulta. Así, el autoritarismo paterno no deriva sólo del autoritarismo del sistema, sino de la necesidad de que el niño, según crece, vaya aceptando la actitud sumisa ante la autoridad de su lugar de trabajo o del aparato político represor. Y, si pese a todos los intentos para mejorar la formación escolar, la actividad de aprendizaje de los niños en las escuelas representa para ellos una obligación más o menos dura y difícil, es porque esa tarea escolar los va a ir preparando para que el trabajo adulto pueda ser aceptado con esas mismas características. Evidentemente, una enseñanza realizada de manera tal que constituye una gratificación para quienes la reciben produciría un grave conflicto cuando, terminada, sea necesario realizar un trabajo que de por sí mismo, como hemos dicho, nada tiene de gratificante.
En este exageradamente sintético esquema hemos de decir que los modelos de conducta que la sociedad va inculcando durante el desarrollo del niño tienen una gama amplia de matices y que, inclusive, pueden producir efectos contrapuestos que constituirán desadaptaciones a la sociedad. Entre otras cosas, porque en el medio familiar se modela a un niño conforme a los valores y metas en ese momento existentes. Pero que, en una sociedad que esté sufriendo cambios rápidos e importantes, pueden. provocarle una desubicación, por ejemplo, veinte años más tarde, cuando sean otras las condiciones de vida.
Por todo lo que hemos dicho, no puede hablarse de etapas en el desarrollo del niño constantes y universalmente válidas, tales como las propuestas por el psicoanálisis (fases oral, anal, complejo de Edipo, etc.). La psicología debe descubrir el sentido de las conductas de los individuos en función de los requerimientos de una sociedad determinada y específica.
Por eso, cuando se habla de las motivaciones más profundas y éstas se refieren a las relaciones más primitivas del niño con su entorno familiar, no se está planteando sino, en todo caso, la envoltura que vehiculiza a los valores, modelos, etc., sociales que la dinámica familiar inculca. Y lo mismo puede decirse de los llamados mecanismos de defensa, por ejemplo, que no son formas innatas del individuo, sino el aprendizaje y la internalización de las formas represivas que el sistema impone.
Nos hemos referido al psicoanálisis, porque es la corriente de más amplia difusión en nuestro medio. Sin duda que el psicoanálisis, y especialmente Freud, han hecho aportes empíricos importantes; pero la estructura misma de su teoría y práctica, al no trasponer el horizonte de los ámbitos más restringidos en que se mueve el individuo, no puede sino reacondicionar a éste a sus actuales condiciones de vida a lo que el sistema hoy le está demandando. Y desde luego no podemos dejar de señalar que el psicoanálisis, al transplantar —desde los países metropolitanos y según la escuela más en boga— los modos de comprender al hombre, no puede dejar de ser una forma más de colonización cultural y mental.
Ante ello, la única manera de crear una psicología científica es mediante el camino que hemos señalado: el de la estructura ideológica de cada conducta cotidiana, según las condiciones específicas y el tiempo preciso de un país dado. Esto es, la única psicología científica es la que estudia los modos específicos que se inculcan desde un sistema social determinado en cada nación.
Si lo que queremos es comprender la psicología de nuestro pueblo será necesario investigar cómo se dan entre nosotros los modelos y valores preponderantes, la concepción de la vida, los deseos, las actitudes y los modos en que se hacen carne en cada individuo. Por eso, lejos de ser poco rigurosa, la psicología nacional y popular ha de ser la única verdaderamente científica.
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