En el espacio clínico, se produce una serie de encuentros, momentos espacio-temporales de conexión entre campos de fuerza corporales y afectivos, donde quien trae su problemática conduce hacia el espacio-tiempo múltiples líneas de fuerza, conduce los modos de existencia, sus atravesamientos en el pliegue con el campo social,. En esa conducción se emite sobre el espacio clínico y el analista, afectos y cosmovisiones. Esto hace que quien analiza sienta los efectos de cierta inercia de quien consulta. Es decir, tendencias de sostener modos de existencia y de vinculación de ese otro que se proyectan una y otra vez. Es visible que, quien trae su problemática, intente recrear en el espacio analítico sus resonancias vitales, se conectan sus conexiones barriales, comunitarias, sociales, políticas, morales, religiosas, con elementos del espacio clínico, etc.
También se visualiza cierta tendencia vincular de sobrevivencia. Una modalidad vincular que trasciende las relaciones con imagos parentales, que muestran que el otro nos transfiere la forma vincular de sobrevivencia, aquella que ha podido desarrollar en el pliegue con campo social. Es decir transfiere su modalidad de encuentros, los modos de poder garantizarse grados de cohesión, de afectividad positiva, de vibración vital. Este fenómeno, no hace referencia tanto al lugar que nos da el otro o a lo que el otro deposita en el analista, sino mas bien a la tendencia de vinculación que el otro genera en el campo social y ha su deseo conectivo de reproducir dicha tendencia hacia el analista.
El otro parece esperar que actuemos como un elemento maquínico de conexión deseante, sea cómo sabio, aliado, pareja, Mesías, amigo, enemigo, etc. Se habla de conexión porque no es hacia el analista a quien se trasfiere, sino mas bien, es hacia alguna de las maquinas del campo social habitada por quien trae la problemática. Cuando por ejemplo un paciente x nos posiciona en un lugar de aliado, quizás intenta potenciar un determinado lugar en relación al campo social. Por que, por ejemplo, considera que a través de este vínculo clínico se puede generar un puente de reconfirmación de ciertas tendencias y de oposición a ciertas maquinas o elementos de maquinas. También, porque considera que con ello es posible desarrollar una transformación sostenible. Por eso, en todo caso la transferencia es hacia campo social, hacia sus fuerzas, más que hacia analista.
El analista en todo caso es conectado, es puesto en lugar de engranaje de alguna de las maquinas sociales, sean estas hospitalarias, religiosas, legales, filiales, afectivas, etc.
Este fenómeno afecta la posición y la capacidad del analista de poder observar lo que sucede. No es fácil quedar en un posicionamiento cuasi inmaterial en el espacio-tiempo, no es fácil ser un medio alquímico, mecánico y descomponedor de las líneas de fuerza, de tendencias vitales, etc. En el encuentro clínico se produce un nexo afectivo, que hace que el analista también se conecte a sus propias tendencias vitales de sobrevivencia, que se coloque en lugares materiales, cómo por ejemplo: medico del alma, curador, sabio, amigo, padre, juez, etc.
Ello produce que por momentos el analista pase ha precipitarse en el espacio clínico según sus propias vivencias, de forma que adquiere total materialidad y pasa a ser participe, con lo que se favorece la reproducción de ciertas tendencias vinculares en el otro que se analiza, disminuyendo el grado de distancia suficiente para una observación y análisis de lo que acontece, pues la velocidad del intercambio afectivo se hace mayor.
Por ello, es esencial recordar con atención la regla de abstinencia pero a nivel extendido, porque no alcanza con abstenerse de juzgar o de no satisfacer las conexiones deseantes, también implica abstenerse de intentar reparar todo en el otro, de intentar completar cualquier enunciado, de dar sentido a todo. Implica sostener un silencio operativo, en desenrollar la trama mediante más silencios y preguntas y menos señalamientos interpretativos, en esperar el momento en que el que viene a consultar esta por precipitar una modificación, para entonces sí catalizarla mediante algún señalamiento.
El trabajo de análisis implica mucha paciencia, cautela, silencio. ¿Porque? Porque los movimientos bruscos alteran el posicionamiento de quien consulta, así cómo alteran la velocidad de los afectos en forma más caótica y momentánea. Tal cómo sucede al golpear el agua abruptamente, que produce un patrón de ondas intenso y poco armónico, pero que rápidamente se propagan hasta que el agua vuelve al posicionamiento anterior.
Es constatable cuando esto sucede, que quien consulta vivencia variaciones afectivas intensas, que parecen retroalimentar y fortalecer sus tendencias de sobrevivencia, cómo forma, quizás, de oponerse a un intento abrupto de transformación exógeno de lo que acontece.
Ello hace recordar a las propiedades de las varillas y planchuelas metálicas, las cuales cuando se golpean bruscamente, resuenan con fuerza, se pueden aboyar, deformar, e incluso quebrarse, pero siempre intentan oponerse al golpe, a la deformación de manera elástica, de forma de intentar volver a su posición original. Lo interesante es que mientras mas intenso es el intento de deformación mas intenso es el intento elástico de retorno del material.
Sin embargo, si se genera el clima adecuado, a ciertas temperaturas, pequeños golpes, pequeñas acciones pueden trasformar el metal sin romperse y sin que la elasticidad actué tan intensamente.
Por eso, desde el lugar de analista, mediante la aplicación de una regla de abstinencia extendida, es posible sostener la observación y el análisis. Reduciendo la implicación excesiva, o la aparición de las propias tendencias, aunque nunca eliminándolas totalmente.
Esto no implica estar en el lugar del muerto ni nada parecido, pues es evidente que el espacio clínico nos muestra cómo somos bombardeados por las líneas de fuerza del otro y cómo nos atraviesan nuestras propias líneas.
Tampoco implica hacer silencio a todo o no responder a nada. Implica esperar los momentos adecuados, en respetar los silencios y en abrir el análisis con preguntas, manteniendo cautela y esperando los momentos de mayor intensidad compositiva en el campo corporal y afectivo.
En resumen, el lugar de analista es un lugar complejo pero fascinante, donde podemos aprender de nosotros mismos, y donde en todo caso se sostiene siempre la pregunta de Scherzer ¿Quién cura a quien?
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